Siguiente parada: la reconstrucción social

 

 

De acuerdo al Diccionario de la Lengua Española, la palabra reconstrucción significa:

 

  1. Reparación o construcción que se hace de nuevo de una cosa destruida o deshecha, generalmente de un edificio: “la reconstrucción del castillo ha sido una labor lenta y realizada con esmero”.
  2. Reproducción de un suceso mediante datos, recuerdos o declaraciones que ayudan a reorganizar las circunstancias de este hecho para llegar al completo conocimiento de él.

 

En el mismo contexto, la palabra reconstrucción proviene del latín reconstruĕre que es volver a construir.

 

Las anteriores definiciones podrían llevarnos a pensar en la posibilidad de destruir el presente para colocar nuevos cimientos y construir el futuro. Lo sé, suena agresivo, pero imaginemos un poco.

 

Durante las últimas décadas, muchas voces autorizadas para criticar el sistema educativo mexicano, el sistema financiero, el hacendario (tributario), el sistema de telecomunicaciones, al sector energético, el sistema laboral, el sistema político – electoral, a los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas así como a otros ordenamientos constitucionales de gobernabilidad en nuestro país, habían manifestado la urgencia de modificar los regímenes vigentes ya que México perdía competitividad frente a otros países debido al efecto denominado globalización.

 

Tras una lucha encarnizada entre las fuerzas políticas más representativas de la Nación, apostando gran parte de su capital político y social, el Presidente Peña Nieto logró lo que sus predecesores anhelaban y que no habían podido materializar: las llamadas reformas estructurales.

 

El saldo hasta el momento, una notoria disminución en la aceptación y aprobación popular del mandato presidencial, manifestaciones legítimas -y otras desvirtuadas- por parte de diferentes organizaciones sindicales y sociales a lo largo y ancho del país, impuestos a artículos mal denominados suntuosos, a alimentos chatarra, ajustes a la alza en las tasas impositivas de diferentes gravámenes, lastimar intereses particulares de todos aquellos que habían acomodado cómodamente sus piezas en las bases vigentes del sistema, mayor competencia y apertura al crédito financiero individual y colectivo, una nueva distribución del gasto público, más oferentes de servicios de internet, telefonía celular y televisión por cable, apertura a nuevas tecnologías para mejorar la extracción del petróleo y sus derivados, reelección de nuestras autoridades locales y federales y mejores herramientas para exigirle resultados a los gobernantes, entre otros. En fin, argumentos a favor y en contra para cada uno de los temas reformistas.

 

Regreso entonces a la reflexión que detonó todo, la reconstrucción. Hoy, le guste a quien le guste, México es otro. Nadie sabe con certeza si todos estos cambios son lo que el país realmente necesitaba, sin embargo había que correr el riesgo en esta apuesta. All in, como se dice en el argot de los juegos de azar. Rescato de manera puntual el hecho de haber trascendido en exigir calidad en la educación para millones de niños y jóvenes educandos, con ello se han roto paradigmas sindicales, sociales y culturales que sin duda darán resultados positivos en el mediano plazo.

 

El tiempo para la reconstrucción social del país nos ha alcanzado.

 

Pero como toda apuesta, la probabilidad de fracasar es exactamente la misma que la de tener éxito. Seamos positivos, insisto, imaginemos un poco.



 Autor Carlos Robles Saldaña. El autor cuenta con estudios de Licenciatura en Economía por la Universidad de las Américas en Puebla así como con estudios de Maestría en Administración por el ITESM. Se ha desempeñado en el sector internacional, público descentralizado, privado y público.

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