LA LEYENDA DEL MONJE DEL TEMPLO DE LA MERCED

Historias Mitos y Leyendas

 

«NADIE PUEDE RESISTIR A LA TENTACIÓN DE LA CARNE»
(Ubicado en la actual calle Francisco Canal entre Independencia y 5 de Mayo)

¿Alguna vez se han preguntado que sucedió en el antiguo Templo de la Merced y alrededor de sus calles? ¿Creen que enamorarse es pecado para un fraile? ¿Creen que este romance épico es fruto de la maldad? Atrévete a conocer esta amarga historia y decide tú cual será el veredicto final.

El templo de la Merced estuvo consagrado a la práctica fiel de esa religión por parte de monjes que lo habitaron durante muchos años.

La leyenda dice que hoy día, muchas personas ven pasearse a los monjes después de la media noche en las calles de Francisco Canal con Independencia en el corazón del puerto de Veracruz.

Uno de los monjes que habitaba aquel mausoleo, Fray Francisco, tenía la costumbre de brincar los muros elevados del templo para salir a caminar entre la gente. Entre aquellas personas de la época, llamaba a atención una mujer morena, de gran belleza por sus facciones finas, ojos grandes y expresivos, labios carnosos, y cuerpo voluptuoso, tibio y tentador.

Llamaba la atención de aquella belleza negra, sus caderas bien torneadas y contundentes como las de una yegua y bajo sus hombros dos enormes senos, que al tiempo que caminaba sostenían el ritmo propios de los versos de un poeta.

Y era aquella mujer la que el monje visitaba por las noches y de la que la gente murmuraba. Solo que aquel encuentro entre el monje y la mujer intentaba resguardarse como el más celoso secreto, por lo que el monje acudía cubierto el rostro con un enorme sombrero de ala ancha.

Cuando el monje supo del interés de las personas por saber de quién se trataba este personaje, se alejó poco a poco de la mujer que visitaba por las noches.

Las visitas cada vez más lejanas, ensombrecieron el rostro y el alma del religioso pronto se sumergió en una penumbra, la luz que iluminaba sus días había desaparecido en un oscuro tormento para él.

Leonor, que así se llamaba aquella morena había quedado embarazada mientras la gente se preguntaba una y otra vez, quién era el esposo que la abandonaba a la espera de un hijo.

Y llegado el tiempo, aquella nueva vida llegó a este mundo en la persona de un pequeño que no tenía padre que velara por sus días. La noticia del nacimiento de aquel niño, y del que tuvo como madre a Leonor; pronto llegó a los altares del templo. La vida en el convento para el monje era cada vez más triste y sombría.

Decidido a buscar a Leonor y a su pequeño hijo, salió del convento con la sorpresa que le dio el destino porque tuvo la fortuna y la suerte de encontrarse de frente con Leonor.

Por su sangre corrió un torrente de lava y sus huesos pronto chorrearon espuma, el deseo de besarla insaciablemente se apoderaba por instantes de su voluntad y de su pensamiento. Solo que en aquel momento vestía la ropa clerical que le impedía saciar sus ganas y deseos de hombre enamorado.

Hizo el intento de llamar a Leonor, pero ella lo rechazó al tiempo que le aseguró que nunca tuvo un hijo y que era ya mujer de otro hombre. Una sacudida en todo su cuerpo estuvo a punto de provocar el desmayo de Fray Francisco, pero se sostuvo de pie abrazado por su fe y por el deseo de investigar el lugar donde se encontraba su hijo.

Pronto supo por informes de personas que aquel niño vivía con una familia, a la que había sido regalado y que tenía su hacienda cerca de Medellín. Hasta aquel lugar llegó el monje para encontrarse con el niño, ya de 10 años; llamado Javier que había crecido con aquella familia y desconocía los nombres de Leonor y Francisco, los padres que lo habían engendrado.

La sombra de la tragedia volvió a aparecer en la vida de Fray Francisco y víctima de una profunda depresión , cayó en las garras de una locura demencial que lo fue aniquilando poco a poco, pronto apareció con su ropa clerical deambulando por las calles de Veracruz. Dicta la leyenda que solo alcanzaba a balbucear el nombre de Leonor y Javier, hasta que un día apareció muerto en las puertas del convento ante el asombro de otros monjes que pronto comprendieron la inmensidad de la tragedia que había cobrado la vida de este religioso.

Desde entonces, por las noches tibias del puerto de Veracruz se ve caminar una sombra con vestimenta propia de los monjes de la época. Y se escucha una voz melancólica y triste que dice los nombres de Leonor y Javier.

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